Una exhaustiva exploración y valoración médica y psicológica, unido a las entrevistas a padres y profesores, y a la observación directa del niño/a, llevan al experto a concluir si estamos ante la presencia de un caso de TDAH.
Existen otro tipo de pruebas complementarias al diagnóstico, que pueden proporcionar más información al especialista acerca de la presencia y la intensidad del cuadro sintomático del trastorno así como de las posibles patologías asociadas o comórbidas a éste, como dificultades de aprendizaje (Soutullo y Díez, 2007).
Con este tipo de pruebas se miden aspectos de tipo cognitivo, intelectual y comportamental. Nos muestran indicadores del grado de destreza del niño/a a la hora de resolver determinadas tareas y de su rendimiento académico, social y cognitivo. Además, nos ofrecen información sobre la intensidad de sus dificultades así como indicadores de posibles alteraciones de tipo cognitivo como memoria, velocidad de procesamiento, dificultades de autorregulación, resolución de problemas, etc.
El WISC, por ejemplo, puede ser una prueba muy adecuada para poder determinar la presencia o no del trastorno. El objetivo es valorar la capacidad intelectual del niño/a, para descartar que los posibles problemas que pueda presentar no se deban a un problema de bajo nivel intelectual, o se pueda estar ante un caso de altas capacidades, y sea éste el origen de las posibles dificultades académicas, sociales y/o personales, ya que a veces, el niño/a con CI por encima de la media, tiene síntomas de falta de motivación, problemas de atención... que pueden llevar a un error en la sospecha diagnóstica.En definitiva, poder observar dónde el niño/a destaca y dónde necesitará más ayuda, será la base para su enseñanza y aprendizaje.
Bibliografía:
Sotullo, C. y Díez, A. (2007). Manual de diagnóstica y tratamiento del TDA-H. Ed. Médica Panamericana.