Como bien indican todas estas noticias y nuestra propia observación y vivencia, los trastornos mentales en la infancia y adolescencia son preocupantes. El COVID y todo lo que conllevó (algo nuevo, confinamiento, desconocimiento a como iba a ir avanzando todo, miedos, pérdidas familiares, educación desde casa, convivencias familiares complicadas...) agravó la situación de salud mental claramente. Chicos y chicas con problemas alimentarios, desequilibrios emocionales, horarios de sueños trastocados, obsesiones que nacían... en edades donde estaban en pleno desarrollo cognitivo, emocional y físico. Y, en mi opinión, uno de los colectivos más olvidados y al que menos importancia se le dio de como iba a afectarles. Y ahora, todas estas estadísticas nos demuestran los efectos que ha tenido y que siguen teniendo muchos jóvenes. Por otro lado, la gran problemática es la carencia de recursos que hay para prevenir y para acompañarles para que estas problemáticas no se estanquen de cara a su futuro, que como sabemos, lo que surge en la infancia y adolescencia tendrá su repercusión en la adultez. Por lo tanto, es necesario cambiar este sistema muy estancado en la asistencionalidad, a dar solución cuando el problema ya ha surgido, para pasar a la prevención y a la concienciación de la población ante la salud mental.