Existe la tendencia a creer que el niño/a con TDAH es aquel que es muy nervioso o que no para quieto. Socialmente, el TDAH se entiende de esta manera a groso modo, cuando realmente, el nivel de actividad de los niños/as con diagnóstico de TDAH es muy variable al igual que el grado de afectación de la hiperactividad en su día a día. Desde la práctica, trabajando semanalmente con niños/as que comparten este diagnóstico salta a la vista que lo que más interrumpe el día a día de estos niños/as es el grado de afectación que puedan tener sobre las funciones ejecutivas (al menos, así me ocurre a mí). Las funciones ejecutivas son necesarias para planificar, organizar, guiar, revisar, regularizar y evaluar el comportamiento necesario para adaptarse eficazmente al entorno y para alcanzar metas. Por este motivo, es común que los pacientes que compartan este diagnóstico se les defina como dispersos, olvidadizos, impulsivos, incapaces de seguir instrucciones, incapaces de retener más de 2 peticiones y llevarlas a cabo, etc... teniendo en cuenta que las funciones ejecutivas incluyen: memoria de trabajo, flexibilidad cognitiva, inhibición, atención, fluidez verbal, velocidad de procesamiento, planificación y toma de decisiones, parece completamente normal que manifiesten muchas dificultades en los hábitos de autonomía y que estos sean realmente complicados de ir integrando con el tiempo.